Conductas disruptivas en niños
En los últimos años ha aumentado considerablemente la cifra de diagnósticos de Trastornos de Conducta o Trastornos Negativistas Desafiantes a edades cada vez más tempranas. En muchos casos son diagnósticos precipitados por no tener en cuenta factores como la edad, las normas sociales que rigen la sociedad, la frecuencia o la intensidad de las conductas disruptivas características de esos trastornos. Situando en un continuo las conductas disruptivas, en el extremo más serio estarían los trastornos mencionados, los cuales necesitan una intervención más compleja, que se llevaría a cabo desde la clínica. En el extremo opuesto del continuo, el más leve, se situarían problemas disruptivos cotidianos, de los cuales se tendrían que hacer cargo los equipos de atención temprana a través de una intervención dirigida a los padres basada en estrategias para que puedan modificar la conducta de sus hijos y estrategias cognitivas que les permitan tener recursos para poder educar a sus hijos a través de estilos educativos democráticos.
“Carlos, 5 años, el primero de dos hermanos, frecuentemente agrede con golpes a su hermana menor, con la que parece imposible que pueda compartir espacio o cualquier objeto. Las indicaciones de los padres son sistemáticamente desatendidas y su desobediencia, que muchas veces raya en la provocación, es cada día mayor.”
“Jorge, 6 años, el primero de tres hermanos, es un niño muy inteligente y sociable, desde hace unos meses ha vuelto a mojar la cama varias veces por semana.”
“María, 5 años, solitaria, poco comunicativa, su comportamiento es inseguro, por lo general está aislada en preescolar, no participa en el juego con sus compañeros. Llora con frecuencia.”
Los protagonistas de cada uno de estos relatos tienen en común que son niños que sufren problemas de conducta bastante frecuentes, pero muy diferentes entre sí. Unos podrían encajar bajo la etiqueta de internalizantes, es decir, problemas de ajuste ambiental que se manifiestan en comportamientos de inhibición, inquietud, evitación, tristeza, timidez, etc. Y para referirnos a los demás utilizamos el término de conductas externalizantes, es decir, alteraciones del control. Los problemas de conducta son tantos y tan diferentes que resulta muy difícil ordenarlos y por lo tanto, además de esta clasificación, se utilizan muchas otras: conductas abiertas y encubiertas, solitarias y grupales, agresivas y no agresivas, etc.
La agresividad es una respuesta normal en la infancia que puede surgir ante la frustración, los celos, para llamar la atención, etc. Pero cuando esta agresividad es excesiva (niños destructivos, combativos, crueles, irritables, que desafían a la autoridad, irresponsables, que necesitan llamar la atención y tienen bajos niveles de sentimiento de culpa) se puede convertir en un problema clínico, como un Trastorno Disocial o de Conducta.
Lo mismo ocurre con la desobediencia, que puede ser una conducta normal en niños, pero en algunas ocasiones deriva en una conducta inadecuada y se convierte en un problema clínico que etiquetamos como un Trastorno Negativista Desafiante.
El ambiente explica aproximadamente el 50% de estos problemas. Por lo tanto, es necesario conocer cada uno de los factores ambientales que están facilitando los problemas de conducta para así poder intervenir sobre ellos y en concreto, sobre la familia.
Por ser el entorno inmediato, la familia incide significativamente en la conducta del niño. Algunas de las situaciones que provocan conductas negativas son: padres sobreprotectores, permisivos, abandono, violencia, malos tratos, abuso de drogas, carencias afectivas, problemas psicopatológicos en los padres, un código lingüístico restringido, un bajo nivel cultural, etc.
Los estilos educativos en los que predomina una disciplina severa y una educación coercitiva, ausencia de calidez emocional y agresividad infantil (autoritarios y permisivos) favorecen los problemas de conducta. Los estilos educativos parentales democráticos son un elemento fundamental para la socialización del menor, pero los más negativos juegan un papel importante en la expresión temprana de conductas disruptivas.
Sin embargo, en los problemas de conducta o conductas disruptivas pueden estar incidiendo tanto factores genéticos como ambientales. Se debe tener en cuenta que, aunque la mayor parte de la conducta es aprendida de nuestro ambiente más cercano, siempre habrá ciertos componentes temperamentales (genéticos) incidiendo sobre esta.
La intervención en los comportamientos disruptivos y poco adaptativos debe realizarse lo antes posible para evitar el fracaso escolar y el desarrollo de conductas psicopatológicas más severas (Trastorno Disocial o de Conducta, ansiedad, falta de habilidades sociales en la resolución de problemas interpersonales, Trastorno Negativista Desafiante, etc.). Además, cuanto más pequeño sea el niño más eficaz será la intervención. Se debe tener en cuenta que en ocasiones se trata de problemas transitorios que se superan fácilmente, pero otras veces se mantienen en el tiempo y derivan hacia trastornos clínicos.